martes, mayo 12

Los Mitos Solares de la Medicina 08 - La Oscuridad de la Noche

La Oscuridad de la Noche

El Sol ha cruzado ya al otro lado, el silencio se impone en el seno de la oscuridad, como en los comienzos de la creación, la vida casi inerme pugna por reemprender un nuevo ciclo, la resurrección es la meta, es la clave de los mitos que se refieren a esta etapa.

Los Dioses de la Medicina, los Sabios Sanadores, son capaces de efectuar en otros el milagro de la resurrección, porque tras pasar por la noche, han aprendido a resucitar ellos mismos. El médico de la antigüedad sabe que esa es la condición necesaria, pero que no está al alcance de todos, mientras tanto tendrá que esperar, inerme, contemplando los efectos de la Vida Una sin comprenderlos del todo.

De Imhotep, "el que trae la armonía o la paz", el médico egipcio legendario, se cuenta que tras morir su mujer, a la que amaba profundamente, y que estaba embarazada, permaneció solitario al lado de su cadáver durante días y que, tras larga meditación, decidió realizar sobre ella lo que sería la primera momificación hecha en el Antiguo Egipto. 

Imhotep

El médico desde sus orígenes intenta lo imposible, o quizá algo que era entonces posible, en los comienzos, cuando los dioses caminaban entre los hombres, y que ya no está en nuestras manos. Todo artista y creador sueña la intemporalidad de sus obras, pero no siempre el destino le permite contemplar el fracaso directo de su ensayo de eternidad. Sin embargo, el médico ha elegido una tarea que consiste en detener lo imparable, la enfermedad, la decadencia y la muerte, que cual piedra de Sísifo se abate una  y otra vez sobre el género humano. 

El médico trabaja callando, guardando para sí la amarga verdad que él bien conoce: que la vida física no tiene arreglo, o al menos el arreglo esperado. Cose y tapa las heridas, sana los cuerpos jóvenes, para que luego sean de nuevo mandados a una guerra inacabable, para ser triturados por las manos de Shiva una y otra vez, infinitamente, en el atanor de la evolución. 

Asclepios supo como burlarlo, pero Zeus le condenó a desaparecer de entre los hombres, porque eso era alterar el orden de las cosas. Por eso los Dioses de la Medicina, como sustitutos del Elixir de la Inmortalidad, dejaron a sus sucesores médicos una droga certera, una sola arma con la que combatir: el Amor y la comprensión de aquellos que saben la verdad dolorosa de las cosas, como hace el padre que contempla los gemidos de los niños cuando van su primer día a la escuela, llantos que endulza con alguna golosina, con una palabra, con una caricia, esperando que llegue el tiempo en que él también comprenda. 

No, no se siente triste el Dios de la Medicina por las enfermedades ni la muerte, ni el médico sabio, porque sabe que son necesarias, sino por la ignorancia del hombre que todavía no sabe ver lo esencial: que el Sol amanece cada día.